Excepción preliminar en la Corte de La Haya

Después de tanto revuelo, los festejos desmesurados de unos, los malos análisis de otros y un escrito repleto de reiteraciones, para parecer que se ha justificado lo injustificable o para mostrar complejo lo obvio, decido hacer mi propio análisis de un fallo que dejó perplejos a todos los que creían que se ganaba con facilidad, hasta antes de perder catorce votos a dos el reclamo de falta de jurisdicción de la corte.

Las cosas fueron del siguiente tenor: Bolivia, en mil novecientos cuatro, representada por sus autoridades políticas y a espaldas de su pueblo firmó un tratado de límites con Chile, terminando de ese modo las consecuencias de una guerra artera, impulsada por ella en secreto acuerdo con Perú y Argentina. A poco andar la última se retiró del pacto secreto, porque vio mejor servidos sus intereses por otra vía. Bolivia y Perú perdieron su guerra, cuyo fin era despojar a Chile de un territorio que Bolivia jamás ocupó y sobre el que nunca ejerció soberanía, excepto por un acuerdo que Chile accedió a firmar por razones estratégicas: Dicen que la ambición rompe el saco. ¡Así fue!. Perú perdió Iquique, Arica y Tacna. Pudo perder mucho más: Chile invadió el Perú hasta llegar a Lima, terminada la guerra se retiró hasta Tacna. Bolivia perdió todo el territorio no altiplánico, que en su construcción colonial nunca tuvo y que sólo consiguió en la declaración de intenciones de Bolívar, al diseñar el país que deseaba que llevara su nombre, basado en el Alto Perú: La actual Bolivia, más los territorios perdidos frente a Paraguay, Brasil y Argentina. El territorio perdido por Bolivia, con acceso al Océano Pacífico siempre fue colonizado, habitado y explotado por chilenos, bajo la tutela de Chile. Bolivia sólo recibía tributos acordados. Vencedor de la guerra, Chile tomó posesión definitiva del territorio rayado por Bolívar en el mapa, a este lado de la cordillera, como parte de su territorio. En el tratado de paz de mil novecientos cuatro se acordó que Chile integraba a su territorio, de modo definitivo, la parte perdida por Bolivia. En compensación generosa entregó una cantidad suficiente de Libras Esterlinas, otorgó condiciones comerciales excepcionales y construyó, a su costo, un ferrocarril de Arica a La Paz, para el tránsito de mercaderías del comercio boliviano. Todo a título gratuito, para que el vencido tuviera acceso al mar.

En aquel tiempo también hubo festejos; no en Chile, en Bolivia, que consideró haber logrado un triunfo extraordinario en las negociaciones de paz, ya que después de veinticinco años de terminada la guerra, Chile sólo incurrió en costos y beneficios para retener lo que ya tenía de hecho.

Cuando las autoridades actúan a espaldas de su pueblo, la historia les cobra la cuenta. El pueblo boliviano siempre resintió el acuerdo. En eso no hay responsabilidad de Chile, ni deriva de ello obligación ninguna. No obstante, ya en mil novecientos veinte, Bolivia, el pueblo boliviano, a través de nuevas autoridades, intentaba desconocer el tratado de mil novecientos cuatro y lo denunció ante la entonces Liga de las Naciones, antecesora de la Organización de Naciones Unidas. En esa ocasión la Liga rechazó el reclamo. Desde entonces ha buscado la forma de revertir el tratado o de soslayarlo. Paciente, Chile, ha escuchado los reclamos del vecino, eventualmente ha entrado en conversaciones y negocios sin compromiso, sólo con voluntad de cooperación y entendimiento. Tanto ha sido así, que en alguna ocasión, alguna solución favorable a Bolivia fue rechazada por su gobierno en el intento de tensar aun un poco más la cuerda de la generosidad chilena. En un momento en que la solución parecía estar a tiro de piedra, fue frustrada por Perú, que se opuso terminantemente a perder su límite con Chile, sobre territorio que alguna vez, antes de la guerra, le perteneció.

Todos los episodios, dejado afuera el conflicto armado, no buscado por Chile y al que fue arrastrado por sus vecinos, demuestran la buena voluntad y buena fe de Chile para negociar y acordar, ya sea que el resultado fuera positivo o negativo para la ambición de expansión Boliviana.

¿Por qué, entonces, perdió, tan abrumadoramente, Chile en la excepción de competencia en La Haya?. Bolivia ha acumulado una amplia experiencia de fracaso. El fracaso enseña y hace más avisado al que fracasa, en tanto que el triunfo fomenta la certeza, no siempre objetiva, sino muchas veces descuidada o despreocupada. ¿Alguien recuerda la fábula de la liebre y la tortuga?. En fin, el equipo de la tortuga se dio cuenta, después de tanto fracaso, que no rendía frutos intentar modificar o alterar el tratado de mil novecientos cuatro. Más aun, ante la corte de La Haya no había ni siquiera jurisdicción. ¿Qué hacer entonces?. Después de muchas vueltas se inventó un artilugio ingenioso: No denunciar el tratado, sino que plantear una construcción diferente, que deja de lado el tratado, pero que persigue su invalidación, a través de mostrar los fracasos de la tortuga como una burla de la liebre: Chile, de manera mañosa, conversa y aparenta negociar, pero no lo hace, sino que lleva de una u otra forma el diálogo al fracaso. No sólo hay que defender el caso ante los jueces de largada y llegada de la carrera, sino frente al público que la mira, que es más importante. Este es, quizás, el juez más eficaz. No decide, no tiene voto y su voz se oye pero nadie la escucha. Es como el rumor del agua de las olas del mar, que de tanto pegar a la roca, la parten.

Bolivia dijo:
«Solicita respetuosamente a la Corte que falle y declare que:
(a) Chile tiene la obligación de negociar con Bolivia con el fin de llegar a un acuerdo para conceder a Bolivia un acceso plenamente soberano al Océano Pacífico;
(b) Chile ha incumplido dicha obligación;
(c) Chile debe cumplir dicha obligación de buena fe, sin demora, de manera formal, dentro de un tiempo razonable y eficaz, para conceder a Bolivia un acceso plenamente soberano al Océano Pacifico».

La liebre dijo: No voy a correr una carrera que al ganarla, la pierdo; porque se hará parecer otro abuso más. No necesito correr, si sin hacerlo, todos saben que ganaré.

Chile dijo:
«En virtud del artículo VI del Pacto de Bogotá, la Corte carece de competencia en virtud del artículo XXXI del Pacto de Bogotá para decidir la disputa presentada por Bolivia. Chile sostiene que las cuestiones en litigio en el presente caso son de soberanía territorial y el carácter de acceso de Bolivia al Océano Pacífico. Estos asuntos se resolvieron por el Tratado de Paz de 1904 y siguen rigiéndose por dicho Tratado, que estaba en vigor en la fecha de la conclusión del Pacto de Bogotá».

«Por las razones expuestas en los capítulos anteriores, Chile respetuosamente pide a la Corte que falle y declare que:
La reclamación presentada por Bolivia contra Chile no está dentro de la jurisdicción de la Corte».

Para no alargar innecesariamente, diré que la corte, como lo habría hecho yo mismo, resolvió que el caso de Bolivia se funda en las negociaciones que habrían tenido las partes litigantes, a pesar o más allá del tratado de Paz de mil novecientos cuatro y que no han afectado a éste, por lo que las bases del reclamo Boliviano no se refieren a ese tratado. Basta esta razón para que la oposición de Chile no tenga sustento. El litigio es sobre:
(a) Si Chile tiene o no obligación de negociar;
(b) Si tuviera dicha obligación, si la ha roto; y
(c) Si la ha cumplido si lo ha hecho de buena fe, sin demora, de manera formal, dentro de un tiempo razonable y eficaz.

Aquí no está el tratado. Así, entonces habrá que decir que la liebre se perdió y corrió en un circuito diferente al de la carrera. Por eso perdió por catorce votos a dos.

Pero se reitera el concepto que el fracaso enseña y nunca se fracasa en vano. Chile no puede dar vuelta el fracaso. Esa leche ya está derramada. No hubo un triunfo escondido en el fracaso: ¡No!. Habrá, en todo caso, que recoger, de manera cuidadosa, los frutos que éste dejó. La corte de La Haya habló y en lo dicho expresó sus criterios y su visión del litigio. Chile debe tomar nota de esos criterios para su defensa en el juicio que la corte no suspendió. Ha quedado claro que no se debe defender el cumplimiento del Tratado de Paz de mil novecientos cuatro. No es lo que se encuentra en litigio, porque La Haya acogió literalmente la demanda de Bolivia:

(a) ¿Chile tiene la obligación de negociar con Bolivia sobre el acceso de ésta al mar?. El equipo jurídico deberá argumentar por qué no existe esa obligación. Por ejemplo, porque la soberanía reside, precisamente en la voluntariedad de los actos y sobre ella dice la Real Academia Española de la Lengua que soberanía es la «excelencia no superada en cualquier orden inmaterial». Un estado soberano no puede acoger obligación alguna, sino sólo a riesgo de perder su soberanía en la voluntad de otro. Así, entonces, Chile puede negociar, voluntariamente con otros estados aquello que afecte su soberanía. Nunca bajo ninguna obligación.

En la fábula de la tortuga y la liebre, la confianza en el triunfo de esta última la llevó a aceptar la carrera. Nadie creería una fábula en la que la liebre tuviera la obligación de correrla, no sería verosímil. Si Chile insiste en defender un tratado que no está en cuestión, se arriesga a caer en el garlito de verse obligado a correr una carrera contra su voluntad.

(b) A falta de la obligación de negociar, Chile en prevención de los torcidos entendimientos que pudiere tener la corte, deberá demostrar que cada vez que Bolivia ha empujado, con maña y sin realidad, el tema de su enclaustramiento, ha recibido y respondido sus reclamos. Jamás Chile ha iniciado por sí mismo una conversación que pueda establecer obligación alguna, ni generar expectativas en Bolivia.

(c) Tampoco se ha negado, nunca, a escuchar los tediosos reclamos bolivianos y responderlos apropiadamente; lo ha hecho de buena fe, con realidad, de modo formal, sin interponer demora ninguna, pero en el marco del derecho internacional y protegiendo la soberanía debida, para sí y su pueblo. Nadie podría esperar que ninguna autoridad de gobierno chileno actúe a espaldas de su pueblo y bajo pretextos, o intereses espurios, negocie, transfiera, comprometa o venda su soberanía.

La liebre de la fábula no podía dejar de considerar que en la confianza está el peligro. Debió considerar que por pequeña que fuera, siempre existía la posibilidad de perder la carrera. Deberá esmerarse, entonces, en mostrar a la corte que cada una de las supuestas negociaciones en las que basa sus reclamos la tortuga, son iniciadas por Bolivia. Nunca Chile, por voluntad propia, ha ido a proponer soluciones de salida al mar a Bolivia. Ningún acto, de negociación u otro tipo cualquiera, iniciado por una parte, puede generar obligación en la otra. Así, entonces, Chile nunca adquirió obligación con Bolivia. Es así que no hay obligación que cumplir.

Más allá de romper los conceptos de la demanda, Chile debe tener en cuenta y hacer valer el criterio de la corte que estableció, ya, en esta etapa de competencia un concepto fundamental en el número 33 de esta sentencia:

«Bolivia reclama ante el Tribunal de Justicia la existencia entre las Partes de la supuesta obligación de negociar el acceso soberano. Incluso suponiendo, sin conceder, que el Tribunal constatara la existencia de tal obligación, no podría la Corte predeterminar el resultado de cualquier negociación que tuviere lugar en consecuencia de dicha obligación».

En este concepto fundamental de la sentencia, la corte ata un considerando de su sentencia en el juicio definitivo. La corte no puede fallar en términos de obligar a una negociación con un resultado predeterminado. Es decir, si la sentencia concediera que Chile está obligado a negociar, de buena fe, prontamente, de manera formal y en un plazo razonable, sobre una salida soberana al mar de Bolivia; no estaría, en ningún caso, obligado a concluir dicha negociación con la cesión deseada por su contraparte, ni a alterar la situación territorial de ambos países, por cuanto este concepto no podría estar incluido en la sentencia final, de acuerdo a los preceptos de la sentencia relativa a la competencia.

Al fin de cuentas, aparte de la enseñanza que deja la fábula de la liebre y la tortuga, hay un corolario que no debería olvidarse nunca: No importa el resultado de una carrera en particular. Todos saben que la fábula existe, precisamente, porque la liebre es más rápida que la tortuga: ¡Mucho más rápida!.

Kepa Uriberri

kepa@tcmsoft.com