La Democracia


Memorable fecha el cinco de octubre de mil novecientos ochenta y ocho. Ese día se votó un plebiscito en este remoto lugar al final del final de la tierra, que sin embargo concitó interés internacional porque se jugaba la suerte de la dictadura que gobernaba aquí y el dictador era sobradamente más conocido en el mundo que el propio país al que sometía. Él, en su calidad de tirano, gozaba de una alta popularidad.

Fecha memorable también el once de septiembre de mil novecientos setenta y tres. Ese día tiene dos caras: Una es de derrota, la otra de esperanza. La derrota de un gobierno democrático en su origen, pero resistido por su destino desastroso cierto. Sólo cambió la manera de cumplirse ese destino. El gobernante de aquel entonces, en su calidad de marxista, elegido presidente por el voto democrático, gozaba de alta popularidad universal.

Memorable fecha el cuatro de noviembre de mil novecientos setenta. Asumía la presidencia, lleno de presagios, malos y buenos, en el último rincón del mundo, elegido por la voluntad de una gran minoría, el primer presidente marxista, nunca visto en parte alguna.

Hay quienes celebran una o más de estas fechas. Yo las recibí, cada una de ellas, con profunda tristeza. Para muchos la llegada al poder por voluntad popular, aunque sin certificación de mayoría, de la izquierda marxista, resultaba tan alarmante en ese entonces como hoy cuando la extrema derecha lo consigue en el Brasil, aunque ahí, hoy, con una clara mayoría electoral, y amaga en otras partes. En aquel tiempo la alarma se fue intensificando a lo largo de tres años hasta culminar, para evitar una eventual dictadura de izquierda, en otra de derechas.

Muchos festejaron la liberación.

Muchos huyeron de las revanchas y consecuencias.

Algunos creyeron en una restauración rápida. Incluso entre los golpistas.

Otros no. Yo no.

La liberación de unos fue un largo suplicio de otros. Así llegó un día cinco de octubre la alegría de muchos, la derrota de muchos, el error no calculado del dictador, y cierta tristeza de muy pocos, quizás sólo mía.

Montar una restauración democrática sobre un procedimiento de la dictadura, negociado con el dictador, era instalar una democracia de origen viciado: Tal vez una no-democracia-engañosa. Era triste, aunque hubo alegría en el triunfo, de quienes lo anhelaban, pero frustración en el resultado que no se previó. Así, con el tiempo, la extinción extremadamente lenta de la dictadura derivó en rencores irreconciliables. Pocos previmos que la toma del poder militar iba a durar casi veinte años; virtualmente nadie ha querido comprender que esta vuelta a la democracia concertada con el dictador sería fatal y duraría muchos y muchos años. Tal vez aún no se termina de volver.

Los procesos de curso antidemocrático no pueden morir de muerte natural. Se requiere una derrota real que conlleve una renuncia forzosa. Así se había implantado y así merecía terminar, pero no sucedió. El pueblo frustrado hace más de treinta y cinco años no tuvo una catarsis con la llegada de esta democracia acordada. Ha vivido resintiendo falta de justicia y de verdad, inmersos en el rencor, el odio y la intolerancia. No ha habido reconciliación: ¡No la habrá!.

El triunfo en el plebiscito no fue rotundo. Sólo fue inapelable, pero demostró un equilibrio de fuerzas pernicioso. Quienes querían continuar el gobierno del dictador fueron más que quienes habían elegido al último presidente votado en democracia antes de su caída, víctima del golpe. Aceptaron con lealtad la derrota, pero no hubo para ellos reconciliación: ¡Nunca serán reconocidos!.

A lo largo de todos los años transcurridos desde ese memorable cinco de octubre me he preguntado si he vivido en una democracia o en una farsa. He reflexionado y divagado sobre: ¿Qué es esta democracia?, ¿Qué la define?, ¿Cuáles son sus características definitivas?, ¿Debe una democracia tener tutelajes de sectores que se atribuyen mayor calidad moral?. Vivimos, primero, una democracia tutelada por el dictador. Cuando éste comenzó a esfumarse (aún no lo hace del todo), la tutela de nuestra democracia precaria, la asumió el triunfador del cinco de octubre. Así construida sobre la demolición del otro, en dos procesos sucesivos de avasallamiento, no puedo calificarla de una democracia completa. ¡Es y será coja!

¿Puede una democracia proscribir y deslegitimar las ideas de las grandes minorías? ¿Es lícito promover el odio o el temor odioso por el adversario? ¿Puede la democracia considerar opciones menos legítimas y en base a estas ilegitimidades decididas, fomentar profundas divisiones y polarización?.

Si se responde positivamente a estas interrogantes, entonces se está frente a una democracia enferma. La democracia que surge en esta tierra lejana e ignorada; mirada como ejemplar a partir de la propaganda tutelar, el cinco de octubre de mil novecientos ochenta y ocho, está enferma y su enfermedad se agrava día con día.

La crisis persistente vivida aquí en el último rincón del sur, me ha permitido ver en perspectiva el terror existencial que se extiende por toda la gran región del mundo privilegiado. Ese mundo nos miró complaciente cuando supusieron que entrábamos al gran círculo de la democracia. Hoy, en ese mundo temen que crezcan las corrientes que su supuesta superioridad no puede tolerar en el ejercicio del poder. Y ese terror me vuelve a un estado de alerta tan preocupante como el que viví entre mil novecientos setenta y mil novecientos setenta y tres.

El primer presidente marxista elegido por el voto popular y democrático llegó a ejercer el poder con un treinta y cuatro por ciento de la voluntad popular. Muchos, presa del terror, que me recuerda el terror de hoy, huyeron. El elegido fue gobernado por sus partidarios que querían mover la democracia hacia una forma de gobierno totalitario. El pueblo se opuso; el pueblo apoyó. El pueblo se quebró en dos mitades irreconciliables. Finalmente el pueblo fue optado por dos fuerzas espurias. La izquierda se arrogó ser el pueblo y las fuerzas armadas se arrogaron ser llamados por el pueblo para salvar la nación. ¿Esta es la democracia?

¿Que dijo el pueblo el cinco de octubre de mil novecientos ochenta y ocho? El pueblo dijo que no quería prolongar la dictadura. El pueblo dijo que sería mejor prolongar la dictadura otros ocho años. Cincuenta y seis de cada cien dijeron que no querían más dictadura. Cuarenta y cuatro dijeron que sí la querían. Hoy cuarenta y cuatro de cada cien se escandalizan y horrorizan del triunfo de los proscritos universales en el Brasil. En Francia, España, Alemania, estados unidos, los proscritos se acercan al poder a pesar de la resistencia que sus contrarios oponen. Éstos tienen una superioridad moral que les permitiría ejercer el poder a nombre del pueblo para siempre. ¿Esta es la democracia?. Los puros y los proscritos, unos: miembros de privilegio; los otros: miembros de número.

Si busco la sabiduría de los libros, dicen que democracia sería una forma de gobierno en la que el poder político lo ejercen los ciudadanos. ¿Lo ejercen los ciudadanos?. Ellos son tantos y tantos que no podrían ejercer, como voluntad única, el poder. Así, entonces, la democracia deja paso a una oligarquía que asume el poder en una competencia de popularidad, a la que cínicamente se le llama democracia representativa, ya que asume que un elegido representa a la mayoría de los ciudadanos, no a todos. En el rigor de la definición, esto no es una democracia.

La democracia es una utopía, una luz poderosa y ardorosa allá en un lejano horizonte inalcanzable. A los ciudadanos se les engaña en su nombre. Las democracias tan defendidas son oligarquías electivas.

Me pregunto si en una democracia el pueblo, propietario del poder político: ¿Puede elegir una dictadura que lo represente en el gobierno? ¿Sería lícito? ¿Una democracia nacida de una disyuntiva así, puede llamarse democracia? ¿Una dictadura nacida de una decisión ciudadana tal es democracia?. Y entonces: ¿Qué se celebró el cinco de octubre último en este pobre rincón?. Tal vez, una democracia puede elegir un gobierno autárquico, y sería lícito. Lo que no sería lícito, ni democrático, es que el autarca usurpara el poder más allá de las limitaciones impuestas por sus electores. Por eso la autarquía bolivariana de Venezuela no es lícita, aun cuando nacida de una elección democrática válida. Por eso el camino sin fin, emprendido por los socialistas marxistas en Chile en mil novecientos setenta, llegó a hacerse ilícito a juicio de la mayoría de los electores democráticos.

Una democracia tutelada, en la que hay grupos, sin importar si su signo es el marxista, el fascista, nazista, socialprogresista, de extrema derecha o izquierda, neoliberal, promercado, o lo que sea; que por imperio del poder son proscritos y se les niega el ejercicio eventual del gobierno: Es una dictadura, que reprime derechos y libertades.

A partir de una celebración ambigua he divagado sobre el sentido social de la democracia y sus antagonistas eventuales. Sin haber, en modo alguno, agotado el tema, creo que no se puede dejar de mirar a los individuos, en el análisis, porque la voluntad colectiva es la reunión conjugada de las voluntades singulares. Los avances de la tecnología de la comunicación y opinión, muestran que un contingente no despreciable de personas tienen conceptos arraigados que pueden catalogarse como totalitaristas, integristas, y en general contrarios a los valores democráticos, que son reivindicados como tales de modo equivocado.

Así, al final de las divagaciones, me pregunto: ¿Las sociedades actuales, están caminando hacia una evolución diferente a la democracia? ¿Hacia dónde se mueve la persistente deriva social del hombre?. Es alarmante que el curso del proceso no converja en la democracia, ya sea por defenderla o también por defenderla.



Kepa Uriberri


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