Conferencia de las Partes


Edificio Costanera Center en Santiago, actualmente el más alto de América latina, clavado entre gases de invernadero.

Hace ya muchos años, tuvimos en Chile un presidente de la república que sostenía un curioso lema, no por eso menos cierto. Decía que «En política hay dos clases de problemas, a saber: Los que no tienen solución y los que se solucionan solos». Su gran legado a la nación fue un sándwich que lleva su nombre. Cada medio día a la hora de almuerzo, el presidente salía a la Alameda frente a la Casa de La Moneda, palacio de gobierno, atravesaba la ancha avenida y su parque central para almorzar en la Confitería Torres. Invariablemente pedía el mismo sándwich de queso caliente y carne de vacuno a la plancha y una garza. La garza es una copa cónica de pie alto con una capacidad de más o menos un cuarto de litro que se llena de cerveza liviana y rústica. Este almuerzo del presidente se popularizó de tal manera que el sándwich en cuestión es hoy en día, después de más de ciento veinte años uno de los más consumidos en el país.

Desde hace no tanto tiempo, sólo un cuarto de siglo, la catástrofe climática que amenaza al planeta puso en marcha cierta preocupación, que me recordó a nuestro presidente: «Hay problemas que no tienen solución; los otros se solucionan solos». Diría que el lema que enunció es un paradigma de la preocupación de las altas elites y otras partes que vienen participando de las llamadas "Conferencias de las Partes" para tomar acción sobre la amenaza del cambio climático. Este año, en diciembre, se celebrará en Chile la versión veinticinco de esta conferencia. Posiblemente las altas autoridades, los grandes empresarios de la producción de energía, vehículos y otros industriales propietarios de potentes chimeneas que se elevan al cielo disparando gases carbónicos, podrán probar un exquisito Barros Luco en la Confitería Torres.

Dicen que uno de los mas abundantes gases de invernadero, responsable del cambio climático es el gas metano que liberan los pedos del ganado vacuno, por lo que una de las recomendaciones de las comisiones a propósito, es disminuir drásticamente la ganadería vacuna, lo que afectaría de manera grave el consumo del Barros Luco cuyos ingredientes insignia son productos de este ganado: El queso y la carne. Además ambos son calentados y cocinados al fuego producido por gases de petróleo.

Las grandes economías, las más industrializadas y contaminantes se retiran de las conferencias, las otras no cumplen los compromisos adoptados. Es natural que cada parte considere que la responsabilidad es de los otros y no propia. "America first". "La amazonía es nuestra y nosotros tomamos nuestras decisiones". "Tu mujer es más fea que la mía". "Somos un país pequeño, nuestro aporte a los gases es insignificante". "Este es un típico problema que no tiene solución". "Se va a solucionar solo cuando cambie el ciclo climático". Estas y tantas otras razones similares se escuchará en Chile en diciembre. Finalmente, después de beber mucho pisco sour, comer muchos mariscos, tomar buenos vinos, güisqui escocés legítimo, de muchos años, y más, se brindará, quizás, por don Ramón Barros Luco, un político cazurro y hábil.

Aquí, en el último rincón del mundo, vivimos durante ciento cincuenta años en la miseria de la oligarquía, donde algunos tenían el privilegio del poder y la riqueza y eso les era suficiente. Los demás medrábamos en torno al servicio de los oligarcas. Lo mismo ocurría en el imperio ruso: El Zar y su corte vivían jugando bádminton en los jardines de palacio o bañándose en pelotas en la desembocadura del Nevá en el Báltico, mientras los campesinos y el pueblo que los amaban, vivían en la miseria. Sólo la violencia de la revolución bolchevique, la mano dura y autárquica de Lenin y de Stalin cambiaron las cosas. En nuestro país, tan lejos de todo, un político y poeta, nacido de la oligarquía, abrazó el ideal marxista, y desde la presidencia de la república pretendió llegar el socialismo de manera pacífica y en democracia. Lo traicionaron los suyos. Creían que el marxismo sólo se impondría en una revolución armada y violenta. Entonces triunfó la violencia de la revolución militar. Salvador Allende subió a los pedestales de la izquierda progresista con su hermoso último discurso, mientras el palacio de gobierno era amagado por los golpistas: «Más temprano que tarde volverán a abrirse las anchas Alamedas por donde pase el hombre libre»; fue una pieza poética que ha inspirado a todas las izquierdas del universo.

Así como la mano impositiva y violenta de los comunistas soviéticos impuso una dictadura que cambió la historia rusa, en nuestro país la dictadura militar cambió, a sangre y fuego, los destinos de la nación. No sólo intentó exterminar el marxismo, también acabó con los privilegios de la oligarquía y cambió el sistema empresarial protegido, por una economía de mercado abierta que ha sido la semilla de la que germinó el éxito del país.

Sin el impulso de la fuerza autárquica no habría habido marxismo en Rusia y Chile seguiría siendo el país más pobre de entre las viejas colonias españolas de América. Tal vez en algún futuro incierto, se instale un gobierno global universal que imponga por la violencia y la fuerza, lo que de seguro no logrará la Conferencia de las Partes número veinticinco que se celebrará en Santiago de Chile y logre salvar al planeta del desastre climático, arrasando intereses, avasallando derechos y sacrificando oposiciones. ¿Habrá otra solución? ¿Qué haría don Ramón Barros Luco?.



Kepa Uriberri


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