Asamblea constituyente


Todos creen que ya está elegida, que es cuestión de tiempo. Los que anhelan el poder preparan el reparto de cargos, los cupos merecidos y más. Los partidarios, los que aún creen en el programa, en las metas y promesas ansiosos creen que los cambios, ahora sí, vienen: Habrá educación gratuita, pública, de calidad; habrá energía limpia, habrá casas dignas, habrá protección. Sí, ella es una madre. El país ya está cansado de los padres que sólo engañan, mienten, prometen pero están ausentes. Al menos están ausentes de los anhelos populares.

Nuestra madrecita ha vuelto y lo hará: ¡Hará una asamblea constituyente!

¿Cómo se hace eso? Se envía ministros plenipotenciarios por los caminos a buscar a los mejores, los más dignos, los más queridos para integrar una gran sala de audiencias constituyente con, digamos que para que esté el pueblo todo integrado en ella, unos tres mil hombres buenos, hombres sabios, hombres de experiencia, recogidos por los caminos de mi Chile, de manera generosa, de manera que a nadie se le pregunte si es socialista, progresista, modernista, comunista, católico, protestante, masón, conservador, liberal, de mente abierta o cerrada; nada.

Tres mil hombres buenos, sabios, se reunen y aportan sus ideas. ¿Qué ideas? Bueno; ideas sobre cuál es la duramadre que define a nuestra sociedad, como por ejemplo, ¿Qué es Chile?: ¿Una república? ¿Una nación? ¿Un país? ¿Todas ellas? ¿Un estado plurinacional? ¿Un sentimiento común desperdigado en un vasto territorio? ¿Todas estas son definiciones mezquinas y no representan los anhelos de su pueblo?. Entonces quizás ¿Es Chile un pueblo que habita un territorio? ¿Son muchos pueblos cuya cultura común define una única nación?. Creo que me podría pasar un libro entero en esto, que sería sólo el artículo uno de una nueva carta fundamental. Imagino a tres mil, o dos mil o cinco, da lo mismo cuántos hombres sabios y buenos proponiendo estas ideas. ¿Se imagina alguien que cada uno de ellos de dos ideas posibles al respecto?. No. No tanto; imaginemos que algunos dan una sola pero otros tres, y también algunos se abstienen. Imagino que podrían juntarse unas siete mil ideas. O también, eliminando muchas parecidas o iguales, otras que se puede consolidar y más, supongamos que se llega a mil ideas. ¿Cuál elegir? ¿Cómo saber cuál es la más verdadera? ¿O al menos la más universal? Asumo, para facilitar el uso de la imaginación, que de algún modo, aceptado por todos, diferente del cansancio o el tedio, se llega a resumir en cien ideas para discutir.

He participado en asambleas, en aquellos lejanos días de estudiante, cuando en la Universidad levantamos el movimiento Once de Agosto, en mil novecientos sesenta y siete, que después el viento de los tiempos llevó a París en el sesenta y ocho, y de ahí al mundo entero. La única idea real de aquellas asambleas, y lo digo ahora que ésta ha perdurado en el tiempo, fue que «El Mercurio miente». No obstante su enunciado genérico en lo particular y amplio en el tiempo, no es rigurosamente verdadero. Su profunda verdad, que muy pocos perciben, es que la prensa miente y mientras más arraigada socialmente está, más miente. Por eso El Mercurio miente, por eso aún miente cuarenta y seis años después. En fin; todo el resto de las discusiones de las asambleas fueron cuestiones pasionales, emocionales, intelectuales y pasajeras. Podría decir, para que cualquiera lo entienda: Gatopardistas. Se evaporaron con el movimiento Once de Agosto, así como se evaporó el sesenta y ocho de los estudiantes de París. Hay quienes dicen que aquella fue una época fundamental, que marcó a la sociedad universal. Yo no lo creo, no lo comparto. Estoy sí, dispuesto a aceptar que las sociedades corroboraron entonces, como lo hacen hoy, como lo hicieron en la revolución francesa, y tantas otras instancias, que pueden precipitar, con su descontento aquellos cambios que en el momento parecen radicales, pero que en el momento de implementarlos son sólo gatopardianos, anodinos, una fórmula cosmética que permite a los asambleístas levantar las manos tomadas al cielo y gritar "¡Vencimos!", o como dice el gran himno del progreso universal: "¡Venceremos!", mientras los caudillos del acuerdo sonríen satisfechos. Pero la crisis del momento, la gran definición de la universidad; nada de eso tuvo un acuerdo definitivo, sino mero cansancio. En la medida que los asambleístas percibían que un acuerdo era imposible, que vivían una permanente bolsa de gatos, se iban retirando, desilusionados y vencidos de la asamblea. Al fin, esta terminaba en algo menos que un comité, donde estaban sólo los caudillos, que actuaban a nombre del pueblo todo, y decidían por éste y con su autoridad moral.

No me cabe duda ninguna, que una asamblea constituyente, amplia, llena de hombres sabios, cuya paciencia será siempre limitada, tendrá este resultado, sea esta de cinco mil, de cuatro mil, de doscientos o de cuatro hombres sabios, justos y probos. Recuerdo, aunque muchos abominen de lo que diré ahora, una cierta asamblea presidida por cuatro hombres probos, cuatro hombres justos, cuatro hombres sabios, aunque quienes los juzgaron de este modo hayan sido ellos mismos, que a nombre de los superiores intereses del pueblo y las gentes nos avasallaron por años, representando, creían ellos, los altos y superiores intereses de la nación, como todo caudillo de asamblea cree; recuerdo que estos cuatro encargaron decidir, a su medida, una nueva constitución para nuestro país.

Nunca: ¡Nunca! una constitución, sin importar su origen, la asamblea, los historiadores (ellos que estudien la historia, pero jamás la construyan), los hombres buenos o sabios que la decidan, satisfará a veinte millones (y conste, aquí, que no usé un modelo de asamblea de veinte millones por imposible), o a quince de los veinte y ni siquiera a la mitad. Cada vez que la sociedad se sienta cansada, agobiada, abusada por quienes aprovechan el poder en su propio mérito, la constitución, esa regla fundamental que inicia el orden social, se impetrará ilegítima. Entonces los dueños del poder lograrán imponer otra a nombre de todos, que representará a algunos y la sociedad como en la novela de Lampedusa, seguirá rodando igual.



Kepa Uriberri


kepa@tcmsoft.com