Una mirada necesaria


El IRA (Irish Republican Army o en castellano Ejército Republicano Irlandés) fue una organización terrorista, nacionalista de tipo separatista, que operó en Irlanda del Norte entre los años mil novecientos sesenta y nueve y dos mil ocho. Se le recuerda por su actuar estrictamente apegado a la violencia inútil, en defensa de conceptos nacionalistas arraigados en su carácter de pueblo originario. Durante su vida activa sembraron muerte y destrucción y división en su territorio.

La ETA (Euskadi Ta Askatasuna o en castellano Patria Vasca y Libertad) fue una organización terrorista y nacionalista de tipo separatista que operó en España entre los años mil novecientos cincuenta y ocho, y dos mil diez y ocho, sembrando muerte y terror en nombre de su derecho de autonomía para el pueblo Vasco.

¿Cuáles fueron los logros de estos movimientos?: ¡Ninguno!. Su carácter violentista sólo sembró terror, destrucción y muerte a través de una lucha, muchas veces fratricida, donde la mayor cantidad de victimas pertenecieron a sus propias naciones y eran parte del pueblo que decían defender. ¿Ha sido, por acaso, en el recuerdo histórico, reivindicada su obra, por el pueblo irlandés o el vasco?: ¡De modo alguno!. Muy por el contrario, han dejado un reguero de amargura en el recuerdo y la historia.

No obstante, durante su vida activa, hubo muchos que con asquerosa hipocresía y despreciable cinismo, los apoyaron desviando la mirada o ignorando el abominable efecto de su violencia. Otros, quizás la mayoría entre estos mismos, aún cuando pasivamente, se vestían de sus emblemas e íconos, a la espera de un triunfo que no podría llegar jamás, defendían sus logros de manera tibia o inflamada, tal vez a la espera de futuras recompensas.

¿Por qué hablo, hoy, tan lejos de su horizonte de tiempo, de estos nacionalismos bárbaros?: Aquí en mi país, tan lejano y escondido entre despeñaderos de la cordillera y un ancho océano, tan al sur que parece que nada llegará aquí, nunca, ni aún la verdad o la realidad. Pero siempre, quizás más tarde, porque el peso de las cosas que están arriba terminan arrastradas al fondo de cualquier abismo cuando allá, de donde vienen, ya han sido olvidadas. Así, tardío pero impajaritable, nos llega el nacionalismo de izquierdas: Los verdaderos fascistas.

¿Qué podría tener de diferente el nacionalismo mapuche del nacionalismo del IRA o de la ETA?. ¿No eran, acaso, los vascos el pueblo originario de Vizcaya, de Álava, Guipúzcoa, Baja Navarra, Laport y Sola?. ¿No buscaban una independencia de España y Francia, sus supuestos opresores?.

El sentimiento nacionalista de los fascistas italianos o de los Nazis alemanes, crece desde el mismo afán reivindicatorio de su nacionalidad, supuestamente, mancillada de manera injusta a consecuencia de la primera guerra mundial y la humillación que supuso la obligación de la firma del tratado de Versalles. La reivindicación nacionalista mapuche ha buscado, del mismo modo, alguna afrenta y vejación histórica que, sin embargo, nunca ha impedido la homogenización de la raza de la nación única chilena, donde la principal característica es el mestizaje, incluso de sus propios combatientes.

El pueblo mapuche cocina a fuego lento durante más de quinientos años en algunos sectores minoritarios, un caldo de resentimiento subrepticio, mientras las mayorías se integraron plenamente con la cultura de los colonizadores y sus muchos aportes evidentes. Pero no se parece, en absoluto, a la lucha permanente, de ochocientos años, de los visigodos contra los árabes, por ejemplo. El nacionalismo mapuche es aprendido de experiencias tramontanas, asumidas por los combatientes permanentes de la izquierda que perdieron sus causas ideológicas con la muerte del marxismo, del mismo modo que sus ideólogos, de salón y academia, abrazan corrientes valóricas como el feminismo que nunca estuvo en sus luchas políticas, lo mismo que el aborto, la defensa del lesbianismo y la homosexualidad, antes aborrecidas o la lucha contra el racismo y la xenofobia supuestos.

Tal vez se parece, vistos desde el ánimo mapuche, a los ochocientos años de sometimiento de España por los musulmanes. No sé que tan integrados y homogéneos hayan llegado a ser los pueblos visigodos en Al-Andalus con otros pueblos ibéricos y los invasores musulmanes, durante la dominación árabe, pero de seguro mucho menos que el pueblo chileno, con sus componentes europeos y aborígenes. Jamás hubo una lucha permanente del mapuche para liberarse del huinca (criollo europeo, no español). La fuerza del reivindicacionismo nacionalista es inculcada de modo exógeno en el mapuche, primordialmente integrado a la cultura de la nación. Esta es importada de los nacionalismos terroristas europeos y alimentada, como en otras latitudes americanas, útiles a las revoluciones marxistas. Es raro que después de quinientos años de integración surgiera, de pronto, en los últimos veinte un movimiento nacionalista parecido a ETA, tan lejos de Euskal Herria.

El neomarxismo-leninismo sin Marx, sin Lenin, sin Union Soviética, se quedó sin una utopía. Esta es reemplazada, entre otras causas, en nuestro país, por el Nacionalismo Mapuche y la insurrección de octubre de dos mil diez y nueve, cuyos supuestos fundamentos son los treinta años de traición socialista impulsando el neoliberalismo que permitió posicionar al país a la cabeza de América Latina. Con el lema "No son treinta pesos (alza de la tarifa del transporte público), son treinta años" se coordinó el incendio de la red del metro, el saqueo del comercio, la quema y destrozo de mobiliario urbano, arrasamiento del pequeño negocio detallista y más. De este modo se amalgamó en una sola causa un conjunto de reivindicaciones sociales incluido el nacionalismo mapuche que adquiere una preponderancia sorprendente.

¿Por qué, si los efectos de la ETA, por ejemplo; resultaron desastrosos, dejando herida inútilmente a la sociedad española y en especial a la vasca, sin logros reales para nadie, los marxistas eligen causas nacionalistas calcadas de esta, para mover su influencia en democracias como la nuestra?. La respuesta parece estar bastante a la mano de cualquier reflexión: La introducción de conflictos violentos, sin importar sus razones o validez, siempre favorece a su promotor en la lucha social y política, concentrando la atención y desestabilizando las instituciones. Así, quienes originan intencionadamente el conflicto, aún siendo un grupo minoritario, logran capturar el control y curso de los acontecimientos.

En nuestro país se introdujo el nacionalismo mapuche y se cultivó, con paciencia, hasta que se convirtió en un elemento de primera importancia en la sociedad, que permitió culpar al gobierno de ineficacia en su solución. En este momento se conjugó con los movimientos de violencia estudiantil, cultivados hasta que pudieron madurar el diez y ocho de octubre del dos mil diez y nueve en una insurrección cuyo fruto, planificado, fue la creación de una nueva constitución, para conjurar el vandalismo, los saqueos, los incendios y más que la izquierda quiso reputar como malestar social. La conjunción y convergencia de estos elementos y otros, como la reivindicación de la ideología de género, la liberación del aborto, el feminismo, el cuestionamiento de las libertades de expresión y pensamiento (Negacionismo), muchos de los cuales están siendo globalizados por las extremas izquierdas a nivel planetario, en reemplazo de sus utopías caducas; ha permitido a nuestros marxistas tomar control político, aglutinar a las izquierdas moderadas bajo su alero e intentar capturar las instituciones democráticas, incluido el gobierno y una asamblea constitucional que elaborará una nueva constitución para consolidar la toma del poder.

Porque siento que estos movimientos insurreccionales se cultivan, como los frutos de la tierra, y comienzan por la desestabilización que generan los nacionalismos diversos, por eso, hoy pasados tantos años de los movimientos nacionalistas europeos, tomados de modelos por los intelectuales del neomarxismo, dedico un tiempo a recordar aquellos orígenes históricos, quizás con la ilusión de alertar a algunos, ojalá a muchos.



Kepa Uriberri


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