Desgracia


He visto gente caer en desgracia. Con frecuencia volaban alto en la estima de las gentes. HW era poderoso entre las mujeres que luchaban por escalar a las alturas del éxito de la imagen. HW se aprovechó de tantas de ellas, sin consecuencia alguna. Dicen que tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe: A él se le rompió y lo convirtió en árbol caído. Mientras tuvo poder todos eran sus amigos, todos asistían a sus fiestas, todos lo alababan y halagaban. Su culpa es deleznable y sin embargo al verlo solo, abandonado de todos los que se decían sus amigos, de todos los que le rendían pleitesías, de todas las mujeres que odiaban ofrecerle sus favores; daba lástima. Dice la sentencia popular que a quien los dioses quieren perder, lo elevan a todo lo alto de sus inconmensurables deseos y desde aquella altura los dejan caer. ¡Ay del árbol caído!.

JC se elevó a la mayor de las posibles glorias de su tiempo. Cuando aparecía ante las multitudes de las gentes que lo aclamaban, un esclavo lo seguía y le sostenía sobre la cabeza la corona de laureles mientras le susurraba al oído "¡Recuerda que eres mortal!". Cuando cayó en desgracia quienes lo hicieron caer lo asesinaron a cuchillazos a la salida del foro. Recibió veintitrés puñaladas, la última de las cuales se la asestó su protegido MJB. Sorprendido JC le dijo "¿Tu quoque, Brute, filii mi?" y expiró. ¡Cómo hiere caer en desgracia!. La famosa frase "¡Vae victis!" (¡Es la suerte del vencido!) había sido pronunciada casi trescientos cincuenta años antes por el jefe galo B que había vencido y sometido a la ciudad de R.

Quizás N conoció la historia de HW y quiso emularlo. Quizás no. Puede ser que la lujuria sea, siempre, una pulsión que empuja al hombre a los actos más abusivos y despreciables, que exige una voluntad y una virtud fuertes para vencerla. N no había llegado tan alto como HW. No le habría sido posible tanta altura en una aldea tan pequeña comparada con la glamorosa BH. Viendo las fotografías de N en la prensa cuando la opinión pública lo hacía leña, me pregunté: ¿Habrá sido capaz, este pobre perencejo, de cometer todos esos abusos?. Se imagina uno que un perverso tiene otra prestancia; él se ve tan poquita cosa. Como sea, todo Ícaro que se encumbra más allá de la prudencia que le permiten sus habilidades, derrite sus alas en el fuego de la perdición. N cayó, pues, en desgracia y hoy sin amigos, en la soledad de la culpa se presenta al juicio de los caídos y al verlo siento lástima.

A veces el vencido cree escapar de su suerte. Así lo creyó EP. Cuando su patria fue vencida y arrasada en una guerra infame que su caudillo había provocado, sembrando el dolor de un pueblo inocente con su genocidio, EP logró escapar y refugiarse en A. Llegó a ser un hombre prominente en su comunidad, respetado y amado. Sin embargo, cuando ya era un hombre viejo, los cazadores de la justicia o la venganza lo descubrieron, lo llevaron a I, donde perpetró sus crímenes y hubo de pagar sus culpas. Quizás pensó: "Con todo, mi castigo es leve en tanto que asesiné, sin piedad, a muchos. Mayor es la vergüenza imperdonable de aquel acto". Tuvo una vida muy larga, tal vez para que su castigo verdadero fuera su propia conciencia, única compañía en la soledad del caído. Pero la fuerza de la venganza no tiene razón y al fin EP murió y se le quiso negar un lugar para el último destino de su cuerpo. Las autoridades de I quisieron remitir sus restos a su patria ofendida. Pero lo rechazaron. Quiso enviarlos, entonces a la A, donde habiá encontrado refugio. Tampoco quisieron recibirlo ahí. Tal vez se le debió condenar a no morir jamás, de modo que por toda la eternidad sufriera el peso de su culpa. Peregrinó por todo I, sin que se encontrara un lugar donde olvidarlo. Fue enterrado, al fin, en estricto secreto en un cementerio carcelario abandonado. ¿O no?. EP cargó la larga desgracia de los caídos hasta mucho después de su muerte, cuando ya no podía sufrir ningún castigo por sus actos. Lo sobrevivieron sus verdugos que no supieron perdonar cuando la culpa ya se había consumado.

Quizás era demasiado grande, pero no hermoso. Tal vez por eso infundía temor. Puede ser que supiera mucho más, tanto que no se le podía perdonar. Cuando HW causó un movimiento feminista de venganzas universal, una mujercita quiso encarnar en F la misma culpa y lo acusó. Todos los que le temían, o lo detestaban, o se arrimaban a su amistad para sentirse a salvo, aprovecharon, como Liliputienses, de derribarlo y clavarle en las espaldas sus aguzadas venganzas. Es la suerte de los vencidos, F, especialmente porque siempre fuiste, o te creyeron, vencedor.

Caer en desgracia nunca es tan solitario como cuando el caído lo hace por un bien noble en beneficio de quienes lo condenan. A la desgracia y el abandono se suman la ingratitud y la incomprensión. S cargaba la obligación de muchos. HW sólo lidiaba con su propia culpa, JC quizás era amado o admirado por su pueblo y por tanto envidiado por muchos. Su mal fue personal y propio. N sólo fue víctima de su estupidez y su soberbia, que al fin lo alcanzaron. Lo mismo le sucedió a EP, aunque en vez de estúpido era perverso. ¿Cuantos EP habrán escapado de su suerte?. F como todos ellos sólo era responsable por sí mismo. Pero S debía rendir cuentas a todos. A los suyos y a los ajenos, a moros y cristianos. Es la peor circunstancia para caer en desgracia: Unos, los suyos, no entendieron su sacrificio a nombre de todos. Los otros buscaron, siempre, perderlo. Cuando al fin cayó en desgracia, unos renegaron; otros festejaron. Todos, salvo muy pocos, afilaron el canto de sus hachas para hacer leña. Tal vez algún día, cuando muera, nadie quiera recibir u honrar sus restos. Quizás alguien los escupa.

Me ha llevado, S, y su caída en desgracia, a releer El tema del traidor y del héroe de Jorge Luis Borges.



Kepa Uriberri


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