Al comienzo las personas nacían asociadas a su familia directa. Así sigue sucediendo entre los animales mamíferos. En la familia se crea una jerarquía que impone reglas de comportamiento. En la medida que el número de personas aumenta, se produce la asosiación de personas de manera extrafamiliar. Así se crean los clanes. En los clanes la autoridad trasciende la jerarquía familiar, de manera que las personas, o quizás los jefes de familia, eligen o producen una estructura de autoridad en el clan.
El proceso delineado de manera básica aquí, se reitera sucesivamente en tanto la sociedad se hace más y más sofisticada. Así se gesta el poder que domina el orden social. Las sociedades humanas, de esta manera, convergen a formas de jerarquías absolutas, en las que se considera, a falta de una explicación racional, que el poder deriva de la divinidad: Quien ostenta el poder lo recibe de Dios y la jerarquía que deriva de él, recibe por delegación divina, también, su autoridad.
No obstante lo expuesto, el medio y recurso que supone la delegación divina, es la fuerza. Siempre el jerarca accede al favor de la divinidad a través de la fuerza que puede ejercer en el dominio de la sociedad a la que rige. Este es un hecho fundamental, por cuanto permite que del seno de la sociedad pueda surgir un nuevo referente que reclame un mejor o mayor favor divino para ejercer el poder, si ostenta un mayor uso de la fuerza que venza a quien al presente la ostenta. Así se cumple en las sociedades humanas y las especies animales, del mismo modo: El poder deriva del uso de la fuerza.
Esta base de la organización social sigue presente, aún, en muchas sociedades humanas avanzadas, pero es, sin duda, siempre abusiva y coercitiva, debido a que sólo depende de la alta jerarquía y de su arbitrio. En esta organización social todos los individuos están al servicio del poder y se deben a él.
El defecto de este tipo de sociedades es que restringe la libertad y fomenta la rebelión. En el tiempo, con el crecimiento de las sociedades, en número de personas y la cobertura territorial, se fue haciendo imposible sostener el poder absoluto que pertenecía al jerarca, en la medida que se hacía difícil y hasta imposible el control. Para su ejercicio se hizo indispensable una organización cada vez más y más amplia, dentro de la cual se suele cocer, a fuego lento, la rebelión entre las ramas del servicio de apoyo al ejercicio del poder absoluto. En las sociedades más avanzadas esta dinámica conduce a un tipo de sociedades fallidas, en permanente conflicto.
Las sociedades avanzadas solucionan este problema separando el poder del uso de la fuerza, de manera que cada individuo en la organización tiene el mismo valor que cualquier otro. Sin embargo es necesario, para sostener esta igualdad, garantizar la libertad de todos ellos, de modo que no exista sometimiento y a la vez resulta necesario generar las reglas a las que quedarán todos sujetos como única restricción de la libertad garantizada. Como sea, no será posible sostener este modelo si no hay una autoridad que arbitre, por cuenta de todos los individuos el cumplimiento de estas dos normas básicas y cualquier otra que derive del ejercicio de su control. Para ésto, la sociedad nominará a quienes cumplan esta función a través de un proceso que represente la voluntad de todos sus miembros. Este modelo es lo que de antiguo se nomina y considera la democracia, donde el peso de la opinión de cada individuo es igual al peso de la de cada uno de los demás. De este modo se deriva una autoridad que no puede, ni debe, ser considerada superior a la sociedad, sino un servidor, sujeto a la voluntad social. Esta entidad que arbitra la autoridad es el llamado Estado. En esta organización el Estado pertenece a la Sociedad, no a la inversa, y ésta deberá decidir, en propiedad, que servicios, recursos, elementos y herramientas manejará aquél. En modo alguno el Estado, por sí y ante sí, podrá ni deberá decidir el comportamiento y los derechos que pertenecen a los individuos, por cuanto ellos son dueños y propietarios del Estado que han generado. Esta es la llamada soberanía, que reside en los individuos todos y en ningún caso corresponde al Estado ni a ningún grupo de individuos.
El Estado para el buen y correcto ejercicio de sus funciones, deberá rendir cuentas a la sociedad, pero esta, en ningún caso debe, de manera total o parcial rendir cuentas al estado. Para asegurar que el Estado cumpla de modo correcto sus funciones y esté sujeto al control social, la sociedad lo particiona en diversos poderes autónomos, que sirven las funciones entregadas al estado y representan, cada uno de ellos, a la sociedad, para el ejercicio del control tanto de los individuos, como el de los otros poderes de la partición del Estado. Básicamente estos poderes son. El Judicial, que ejerce el control del cumplimiento de las normas y reglas que rigen a todos los elementos de la sociedad, ya sea individuos o instituciones; el Legislativo, que a nombre y delegación de los individuos de la sociedad, y jamás de motu proprio, es decir por voluntad propia e independiente, generará las leyes y reglas que la sociedad y sus estamentos deberán cumplir y; el Ejecutivo a cargo de realizar todos los servicios que requiere la sociedad para su correcto funcionamiento.
A fin de asegurar el correcto funcionamiento del estado en la democracia, según se describió, El poder Legislativo deberá ser generado por elección de los individuos de la sociedad y operar sujetos a la voluntad de estos como cuerpo social. Se asume que el poder Ejecutivo se genera por elección de todos los individuos para recaer en una persona, en herencia de la costumbre ancestral que la sociedad sea regida por un jerarca, el cual elegirá y nombrará el equipo de colaboradores para el ejercicio de su mandato. Nótese que este funcionario, es nominado "El Mandatario" que significa aquél que representa en el ejercicio de su función a un "Mandante" que en este caso es la sociedad toda. El uso y costumbre ha conducido a la confusión que hace creer que el Mandatario es quien, una vez electo, recibe todo el poder, incluso sobre la sociedad y que su denominación deriva del hecho de constituirse en el que manda en la sociedad, lo que es un error, aún cuando sea usual.
Quisiera concluir esta divagación, con un corolario que hoy en día resulta muy necesario de tener en cuenta. El propietario de todas las libertades, los recursos, los bienes que existe en la sociedad no son, de ningún modo, ni en ningún caso, ni debido a excepción alguna, una propiedad del estado, sino de la sociedad. La administración que el ejecutivo puede hacer de ellos estará, por tanto, sujeta a la voluntad de la sociedad y no a la del Mandatario, por sí mismo, que sólo es mandatado por esta y a ella se debe.
Así entonces, se debe concluir que el Ejecutivo nunca podrá distribuir, asignar ni imponer derechos a los individuos de la sociedad, sujetos a su arbitrio personal o colegiado, por cuanto todos ellos pertenecen a la sociedad de la cual él es un mero legatario.
A modo de ejemplo, es improcedente que el estado decida la educación que deben recibir los individuos, o la doctrina que estos deben profesar, o la información que deben considerar veraz o falsa.