Origen del trabajo, el destino del hombre

En aquel tiempo, hace, ya, innúmeros miles de años, hay quiénes creen que existió un jardín en el que los hombres, todos, vivían felices e inocentes, como todos los otros seres que lo habitaban, aun cuando la tradición dice que el gran demiurgo universal habría creado este jardín para el hombre y todo lo demás se subordinaría a él, para su servicio. En aquel jardín el hombre lo tenía todo y no necesitaba nada para ser feliz: ¡Ya lo era!.

La inocencia, sin embargo, no la excluye sino, más bien, exalta la curiosidad. Había, al centro del jardín, un árbol; el más bello y de frutos más atractivos, quizás sólo porque se les había prohibido comerlos. El gran demiurgo al despertar a los hombres del sueño de la nada les había dicho: "Todo lo que hay en el jardín es para ustedes: ¡Disfrútenlo!; excepto el fruto del árbol que está al centro de todo. De él, no deben comer, para no perder la inocencia". El hombre no comprendió el significado de aquello, excepto la prohibición. Las hembras, en cambio, fueron tentadas por la curiosidad y el deseo de lo prohibido; entonces comieron y creyeron que era bueno.

El sabor del fruto del árbol prohibido les abrió los ojos de la conciencia y supieron quienes eran, entendieron el sentido de todas las cosas, de lo bueno y lo malo, del deseo y el poder, del tener y la envidia, de lo justo y lo debido, de la verdad y lo falso, del engaño y la lealtad, de la diferencia y la igualdad. Entonces la hembra fue al hombre y le dio a comer del fruto y dijo: "¡Prueba! serás como Dios" y el hombre comió y también abrió los ojos de la conciencia y supo. Los hombres vieron que eran diferentes unos de otros y cubrieron sus pudores. También supieron que de la diferencia nace el deseo y obligaron a las hembras a cubrir los suyos. Los hombres conocieron la culpa y creyeron que no era bueno, entonces se escondieron unos de otros y todos de los ojos omniscientes del gran demiurgo.

El gran creador universal encontró al hombre escondido y le dijo: "Tú: ¿Por qué te escondes?. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que prohibí?". Éste temeroso de su creador le respondió: "Inconmensurable Señor: Yo no comí, la hembra que tú me diste me dio" y desvió su propia culpa a la mujer y al mismo Gran Creador. Entonces éste montó en cólera y expulsó a los hombres y a sus mujeres del jardín y puso un ángel con una espada de fuego en el portal de modo que nadie pudiera entrar y le dijo al hombre: "Ya nada te será gratis. Sólo tendrás lo que consigas con esfuerzo y trabajo, y vagaras por el mundo buscando tu sustento".

Los hombres se dispersaron por el mundo buscando construir la felicidad que habían perdido en el jardín. Unos creyeron que esta se encontraba en la igualdad, en la justicia y en la equidad, y se ubicaron a la izquierda. Otros pensaron que la felicidad se encontraba en el éxito y en la posesión de las cosas, y se fueron a la derecha. Todos creyeron que para lograr sus fines había que poseer el poder y establecer las jerarquías. Unos llegaron a ser moralmente superiores y otros inconmensurablemente ricos. Estos siempre lograron el poder, los otros, al fin, el reconocimiento. Ninguno la felicidad.

Todos los hombres, según su condición, debieron trabajar para lograr sus fines y el hombre terminó por creer que en el trabajo estaba la felicidad cuando, al fin, su esfuerzo e ingenio lo condujera al ocio. De este modo llegó, el hombre y su mujer, cuyo castigo fue ser poseída por él, a construir la gran sociedad total y a dotarla de industria, que proveía de trabajo y de tecnología, que lo hacía progresivamente más y más liviano, hasta que al fin la levedad del trabajo del hombre terminó por esfumarlo y la maldición del Gran Demiurgo fue redimida; así el hombre sólo tuvo el ocio obligado.

Cuando el hombre ya no tuvo que trabajar pereció ahogado en los detritus de su esfuerzo por no hacerlo.

Kepa Uriberri

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