Pequeña Fábula


Había, por entonces, un sucio mendigo, negro de mugre y miseria, que solía echarse al suelo a pedir limosnas de quienes por ahí pasaran. Solía, también, pasar por el lugar un hombre rico, que se dolía de la necesidad y el abandono del pobre miserable, y se detenía junto a él, sacaba su pesada bolsa, y le lanzaba "una moneda y un consejo", que creía servirían al pobre para sustentar sus gastos pecuniarios, y la alegría de su espíritu.

Se alejaba, congratulado, el rico, de haber hecho el bien, sin que su bolsa enflaqueciera notoriamente, por tan grande sacrificio, pero su alma creía sentir, casi, el dolor del otro. Luego se reunía con sus amigos en la acostumbrada bohemia, donde lo creían, así como el mismo se decía, un intelectual de las izquierdas, que luchaban por la justicia y la verdad, en busca de un sueño de igualdades.

El mendigo odiaba al rico. No lo hacía por su limosna, o por el consejo, ni por sus ideas, ni siquiera por ser rico. Lo odiaba por la bolsa. Imaginaba que esa bolsa nunca estaba vacía, que en ella siempre habría lo necesario para cubrir los gastos y deseos de cualquiera. No importa que tan necesitado, ni tan lujoso sea el deseo, creía que esa bolsa siempre contendría lo necesario para sufragarlo. Cada día que pasaba, cuando el rico se detenía junto a él, y mostraba su bolsa, el pobre casi no oía el consejo, ni apreciaba la moneda: Sólo la bolsa. Ésa era su obsesión. A tal punto creció la atracción y envidia por la bolsa, que el mendigo llegó a odiar al hombre rico, nada más que por poseer esa bolsa mágica.

Un día el miserable no pudo más con su obsesión enfermiza, y después de recibir la "moneda y un consejo", saltó al cuello del hombre rico, e intentó matarlo, sólo por poseer la bolsa. La justicia lo condeno por su intento, el rico siguió en la bohemia, dando consejos y monedas, ahora con más cuidado de encontrar un agradecimiento verdadero, y sus amigos, intelectuales de izquierda admiraron su coraje.

En su prisión, conseguida por sus propios actos, el mendigo, negro de mugre, gritaba continuamente que la culpa era de aquella bolsa odiada, y que no había justicia para él.

Al recordar esta historia me pregunto: ¿La injusticia estaría en cómo se administra la bolsa, o en quién la posee?, ¿O en la bolsa misma?.



Kepa Uriberri


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