De la leche derramada o sobre la insurrección social


Cuando Alicia, guiada por el cínico consejo del Gato de Cheshire, llegó al Tea Party, ya era abril de ese año y en el noviembre anterior, de manera aviesa habían engañado al Conejo de sombrero y reloj, diciéndole que ya no quedaba tiempo, de modo que habían acordado tener la fiesta en paz y escribirlo todo de nuevo.

Así, pues, sucedió que Alicia, como un millón y medio de otros muchos niños, también engañados por la fiesta pacífica, corrieron tras el conejo que sujetaba el sombrero mientras corría siempre tarde, ya que su reloj marcaba la hora girando al revés convirtiendo la carrera en una sin fin. Quienes lo veían desde las inocentes ventanas le gritaban "¡Qué manera de emprender la carrera sin fin, en la que nadie puede ganar, porque empieza mañana, pero se terminó ayer!".

Vino a suceder, a Alicia, que perdió el rumbo como tantos que corrían por el costado derecho. De esta forma encontró a un niño, por demás bastante feo, que gruñía de manera rara y diferente de lo que ella conocía. De cualquier modo tuvo conmiseración de él y lo tomó en brazos para llevarlo consigo, a pesar que oponía una fiera resistencia. Así llegó al bosque donde de pronto se materializó el gato de Cheshire sobre la rama de un árbol.
— ¿Qué llevas ahí? — le preguntó, sonriendo, el gato.
— Es un niño que andaba perdido.
— Pero gruñe como político... salvo que sea un chancho...
Alicia miró al niño y en efecto, tenía aspecto de chancho, gruñía como chancho y lo había recogido entre los participantes de la carrera sin fin. A mayor confirmación, estaba completamente desnudo, de manera que lo dejó en el suelo y el cerdo corrió a perderse en el bosque. Entre tanto, le Chat qui Sourit (sonreía como un francés, apretando los labios contra los dientes), casi se había esfumado en su rama del árbol y solo se veía la sonrisa y la cola que se mecía suavemente, golpeando la rama en que estaba posado.
— ¿Por dónde salgo de este lugar? — le preguntó Alicia, antes que desapareciera por completo.
— Depende de a dónde quieras ir.
— No me importa, con tal de salir de aquí.
— Entonces puedes tomar cualquier camino...
— Siempre que llegue a alguna parte...
— Caminando, finalmente, siempre llegarás a alguna parte — dijo el gato, sonriendo. Alicia pensó que el gato sería un progresista de izquierdas. Entonces para tener una respuesta útil dijo:
— ¿Y quienes viven por estos lados?
— Hacia tu izquierda vive el Sombrerero y a tu derecha vive la Liebre de Marzo. Tú elige a quién quieres visitar: Ambos están completamente locos.
— Es que no me gustan los locos — protestó Alicia.
— ¡Cuánto lo lamento! porque por aquí todos estamos locos; tu y yo inclusive —, y de inmediato se esfumó la cola y finalmente la sonrisa, con lo que no quedó nada del gato que sonríe.

Alicia, siguiendo su instinto, tomo el rumbo de la derecha, por donde al fin divisó una casa con un frondoso ceibo, del que llovían florecitas rojas y bajo el cual había una larga mesa de té donde había lugar para una gran cantidad de comensales, pero ahí sólo había tres personas apretujadas en una esquina de la mesa; asaber: La Liebre de Marzo, el Sombrerero Loco y un Lirón que dormitaba echado sobre un pastel de fresas entre los otros dos.

Al verla acercarse el Sombrerero y la Liebre le hicieron señas que se fuera, que no era bienvenida.
— Aquí ya está derramada la leche, no hay nada más que hacer — le gritó la Liebre de Marzo.
— ¡Déjanos llorar tranquilos, sobre ella! no vengas a interrumpir nuestros sueños, queremos vivir en paz — alegó el Sombrerero, dándole un codazo en las costillas al Lirón. Este levantó la cabeza, sin abrir los ojos, con la cara embetunada de crema y lloriqueó:
— ¡Eso! — y volvió a dormirse sobre el pastel de fresas.

Como Alicia estaba cansada de tanto caminar, para seguir el consejo del gato de Cheshire, sin importar que no estaba invitada a la fiesta del té, de esos raros personajes, se sentó en el sillón de la cabecera junto a la Liebre de Marzo. En consecuencia, el Sombrerero Loco le ofreció:
— ¿Quieres un poco de vino?.
Alicia miró la mesa y ahí no había vino. Respondió:
— No es honesto ofrecer vino, si aquí no se ve vino en ninguna parte.
— ¡Por supuesto que no! — dijo, escandalizada la Liebre de Marzo. — Esta es una fiesta de té, ¿cómo esperabas que te sirvieran vino?.
Sin siquiera levantar la cabeza, ni abrir los ojos, el Lirón confirmó:
— ¡Eso!.
— Yo te haría un buen corte de pelo, ya que vas a tomar el té con nosotros —. Alicia, ofuscada, dijo:
— No es educado que tú te metas con mi pelo.
— Cualquiera tiene derecho a hacer lo que quiera con su pelo. ¿No lo crees? — observó el Sombrerero.
— El pelo femenino es un derecho de la mujer. Nadie puede pensar de otra manera: ¿No es verdad? — observó, taxativa, la Liebre de Marzo.
— Eso siempre que la reina no te haga cortar la cabeza —, retrucó el Sombrerero Loco, abriendo los ojos del tamaño de una naranja.
— ¡Eso! — dijo el Lirón, sin levantar la cabeza.
— En ese caso, dime, ¿en que se parece un progresista a una mesa?.
— Creo que se la solución de tu acertijo —, dijo Alicia.
— ¿O sea que crees que puedes llegar a encontrar una solución del acertijo? —, preguntó la Liebre de Marzo.
— Así es —, dijo.
— Entonces, di de una buena vez lo que piensas.
— Siempre lo hago, o al menos prefiero pensar lo que digo... — respondió Alicia, ofendida —, ¿o no es así? ¿acaso no es lo mismo?.
— ¡De ninguna manera! — estipuló el Sombrerero Loco. — No es lo mismo decir: "Te traiciono cuando hablo" que "Cuando hablo te traiciono".
— ¡Eso! — dijo el Lirón sin despertarse y agregó: — No es lo mismo decir que "Un progresista dialoga en una mesa" que decir "Una mesa de diálogo es progresista".

Todos se quedaron pensando en qué había querido decir el Lirón. Después de un largo silencio el Sombrerero sacó su reloj del bolsillo, lo miró, pero pareció insatisfecho y lo sacudió varias veces y se lo acercaba al oído, pero no parecía funcionar como es debido. Dijo:
— Está caminando hacia atrás. Así nadie ganará la carrera sin fin — y dirigiéndose a Alicia, preguntó: — ¿A cuanto estamos?.

Alicia calculó con los dedos de ambas manos durante un buen rato y finalmente respondió:
— Tendría que ser diez y siete.
— ¡Dos días de atraso! — alegó el Sombrerero.

La Liebre de Marzo le quitó el reloj y le derramó la leche que quedaba en el jarrito del servicio, pero no pasó nada, entonces todos, salvo el Lirón, lloraron sobre la leche y el reloj. Alicia miró el reloj y observó:
— Que extraño tu reloj, señala el mes y el día, pero no la hora.
— ¿Qué hay de raro? ¿Acaso tu reloj señala el año en que estamos? —, dijo el Sombrerero.
— No. Por supuesto que no.
— ¡Bueno!. Lo mismo le pasa al mío. Si estuviera dos años atrasado, en vez de dos días, sería fatal —. Y tomando la tetera le metió un poco de té en el hocico al Lirón. Éste, medio atragantado dijo:
— ¡Eso!. Es exactamente lo mismo que yo opino.

El Sombrerero Loco se dirigió, otra vez, a Alicia y le preguntó:
— ¿Y? ¿Ya sabes la solución de la adivinanza?
— No. Me doy. ¿En qué se parecen?
— No tengo ni la más mínima sospecha —, respondió el Sombrerero —, por eso preguntaba...
— Ni yo tampoco — agregó la Liebre de Marzo.
— ¡Que manera de perder el tiempo! — dijo Alicia.
— No hables así del tiempo, menos todavía que ya tenemos dos días perdidos. Hay que conocer el Tiempo, como yo, para hablar mal de él.
— No lo entiendo — dijo Alicia.
— Por supuesto que no lo entiendes. ¿Alguna vez hablaste con el Tiempo?.
— No. Creo que nadie sabría cómo...
— Entonces no hables de perderlo; piensa que tal vez no lo vuelvas a encontrar y entonces ¿qué haríamos?. A mí, por ejemplo, me invitaron a cantar al cumpleaños de la reina, pero a nadie le gustó la canción, entonces la reina dijo "¡Qué manera de perder el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!" y el Tiempo creyó que lo hacía a propósito por perjudicarlo con la reina y desde ese día está indignado conmigo. Por eso siempre son las cinco de la tarde; la hora del té. Lo único que podemos hacer es derramar la leche y llorar sobre ella.

La Liebre de Marzo comenzó a agitarse y dando un coscorrón al Lirón dijo:
— Éste es al único que nada le importa, porque vive dormido. Sólo se despierta para asistir al Matinal de la Tarde.
— Ese es otro tema —, dijo el Sombrerero.
— Sí — dijo bostezando la Liebre de Marzo —, mejor hablemos de otra cosa, mariposa.
— Eso es muy irónico, no me agrada — criticó el Sombrerero Loco.

Alicia ya se estaba sintiendo abrumada desde hacía un buen rato y no estaba dispuesta a participar de las riñas del Tea Party, de manera que sin decir nada más, se levantó y se alejó de ahí, sin que nadie se diera cuenta que se había ido. Cuando llegó al límite del comienzo del bosque, miró hacia atrás y vio que La Liebre de Marzo y el Sombrerero Loco estaban haciendo esfuerzos para meter al Lirón dentro de la tetera.



Kepa Uriberri


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