La Revolución en SamarkandaNovela
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IVNo gobierna un revolucionario |
Sobre la cubierta de la Santa Adelaida, mientras el viento que viene del Adriático me hiela las costillas, observo, con mirada serena, el árido horizonte de arena, donde el sol se pone, al norte, señalado por nuestra orgullosa proa. Sí. Es este, el territorio de la revolución, el único país donde el sol se pone por el norte. Donde una carabela, como la Santa Adelaida, navega en mares de arena, y estepas, al oriente de Samarkanda, donde habrá que cruzar, para llegar a la líquida llanura del Atlántico, el Kirgistán, Mongolia, y la temida Manchuria donde murieron tantos. Mi rostro se cubre de sal, acuciado por las ideas de papel, de piedra, y mar. Mi único ojo, de fina madera de palo se detiene en la geografía de tu cuerpo, que a ratos se surca de crustáceos, que ocultos en tu seno, quieren beber de tus pechos albos. Siento la potencia del mar en las entrañas, la sal se quiebra en la caoba de mis piernas. Una voz grita a barlovento: "Tres grados a estribor, para carenar estas cuadernas". Entonces evoco aquel primer grito de guerra, un veintitrés de marzo, en clave sarracena. Saco del bolsillo de mi jubón, tu retrato, y cae, con él, la consigna aquella. La leo según se reproduce a continuación, y es ya parte de la historia:
«Samarkanda, once de Novillos de treinta y tres dieciocho; Subrayo vuesa merced y aparte». Todo ello fue anotado en este ya viejo cuaderno con tiempo amarillo y cuadriculado. Enrollado para no abandonar la conquista, va en mi bolsillo en busca de un destino que finalmente acierte a lo escrito y revolución sincera donde nunca habrá paz o guerra sino el hacer verdadera de la historia serena. Es lo escrito. Se gana la revolución y se pierde el descanso sereno: Vivo perseguido modelando el tiempo, sólo me detengo a escribir el destino que nadie ve: Soy yo que lo es. A ti Dumango, Reff, que te encontré en aquella estación y te levanté hasta la cabeza de la flota de la revolución, con Carabela Santa Adelaida y te hice un rebelde y conquistador, nunca gobernarás: No gobiernan los caudillos. Ellos hacen la revolución. Su mirada es serena y se eleva sobre la línea de su propia mirada. Tú Dumango serás emblema y conquistador. Siempre como yo, huiras del que busca poder y calma para su hacer. Navega Reff, navega con tu carabela para mejor ver de la revolución. Descubrir América es tu ruta; siempre harás una revolución. Ésos, Arabelle Violette odalisca de la revolución, fueron los días sin Dios ni Ley, ni tú. Pero hoy: ¿Hoy?. La sal escurre desiertos de mi corazón. Veo tu retrato crustáceo, y sé que te has dejado engañar del canto sempiterno, que ulula desde el mar. Mis banderas quisieran flamear en tu vientre tierno, cargadas de choplino y de humedad. ¡Ah!, besar tu lunar izquierdo, acariciar tus pechos de veintiséis pecas, y un pezón negro. Como quisiera afinar tu pequeño instrumento, y sacar esas extrañas melodías que nos enseñaron a hacer la revolución. Hoy nos bebimos las últimas dos botellas de Urmenta tinto. Cabernet Sauviñon cultivado en Lontué, numerado para nuestro contento. Brindé el último trago por ti. Aún te espero. Otros, vestidos de burgueses enteros, navegan en primera sentados, jugando brisca y comiendo maní tostado, ventilado, cocido y pelado. Los trae el turismo en el bergantín goleta manicero. Con mano gruesa, de potentes dedos, hijas de los hijos de los hijos del roble sagrado donde el rey juraba los fueros, agita un cacho de cuero: "Cinco ases negros" ríe con poética voz de oro y sal. Retira la otra mano gruesa, la apuesta está primero. Es oportunista, es pendenciero, cantando bajito coloridas canciones, cosecha el aplauso siempre lisonjero. Sabe teorías, dichos populacheros, entona consignas, y le responden ¡Qué bueno!. No se hace revolución con palabras que terminan igual, si no: De revoluciones estaríamos llenos. Una revolución requiere que exista una Revuelta real, Resolución, y Reforma. No es el resultado de un disparo de cinco cubos pintados, de motas por todos lados, ni de batir un tubo de cuero con burdas manos. No es de echar a volar luciérnagas ni escarabajos. Es un trabajo paciente, inteligente, esperado, oportuno, casi sagrado. Y al terminar, las manos hechas pedazo, todo el éxito alcanzado, es de otros, el caudillo siempre muere olvidado. Tal vez, alguien sin saberlo, tras el manto palpitante de su corazón, atesorado en un quiste pequeño, tiene habitando un duende que en el corazón caudillo, también vivió. Él no tiene nombre. Sólo responde a la ilusión, a ese antiguo ideal de bello nombre: Nuestros sueños. ¿Qué nos eleva la mirada sobre la línea de nuestro propio horizonte y nos corona de trapo negro con tres estrellas alineadas?: Papel amarillo, cuaderno Colón y carabela en la mar. Todo eso me hablas pero no es esta tu revolución ni eres caudillo en sombra sino sólo lo escrito en estas páginas amarillas. Tú eres lo que soy yo, pero tras la sombra de mi angustia pasajera, y tras ella ese héroe de ojo de madera de palo y pierna de caoba incrustada de joyas verdes. Las escalinatas altas de la biblioteca los senderos lejanos del cerro y sus indios metálicos de verde y sal que tensan sus arcos hasta subir a la torre de los locos al final, ésos todos, son mi revolución. Ellos son en número de setenta para combatir allá y acá. Allá se triunfa aquí no saben. Los anaqueles tienen la ácida verdad repetida cinco veces y ahí cinco veces el libro sincero de esta revolución se oculta. Entre ellos y sus páginas y las de mi Colón, yo te hice con mis manos según aquel caudillo que era yo y te di una revolución: ¡Hecha está!. Casi cierro los ojos y veo tu figura y carisma con setenta cófrades detrás, siete odaliscas bailan en la cubierta de esa carraca carabela que navegarás para hacer la verdad sincera sólo en beneficio de los demás. Hay quienes nos miran rencorosos y con sospecha. Hay quienes me siguen como palomas y atacan como queltehues, pero trinan como jilgueros. Son el enemigo malo que roba el horizonte eterno. Cuida de mi carabela Santa Adelaida que navega las ideas. Penetra con ojo de palo el plan revolucionario. Premios no hay. A ti Dumango te encomendé mi barca lo digo y es fe. Séllese, promúlguese, y publíquese en tanto cuanto así es, a mediados de estas voces que me acompañan y me obligan, en el diez y nueve cincuenta y tres que camino al oriente subiendo para ver el mar Pacífico y océano: Al menos casi se logra. Caudillo sincero aun libre. Mi almirante de la mar, de revolución sincera a ti te digo:
¡Como se agitan las aguas mi capitán!
Braman las aguas atlánticas,
Guerreros gaznápiros a sotavento.
Ya está amainando capitán.
Arabelle Violette |
Kepa Uriberri |
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