Divagando


Bendigo el llamado "Gran Bang", aquí sentado, en una silla de lona, entre tres bicicletas colgadas, y un colgador de ropas. En este pequeño balcón, bendigo las infinitas galaxias que esa gran explosión, azarosa, generó. Bendigo la suerte de nuestro sol, estrella solitaria, que nació en este tibio rincón del universo, y los siete planetas que lo rodearon, por voluntad de Dios. Y bendigo tanto, a nuestra tierra, que generosa nos albergó.

En este pequeño rincón, rodeado de cosas humanas, como las bicicletas, y el colgador, en esta silla de lona, con los ojos semicerrados veo este pobre roble pelado, entre cuyas ramas, de hojas secas poco poblado, puede pasar el sol que me entibia la felicidad de la tarde, y recuerdo a mi bisabuelo, que escapó después de la derrota de Espartero, cantando: "¿Adonde irá, veloz y fatigada, la golondrina que de aquí partió?". Entre las ramas creo ver a mi tío abuelo Martín, el único de sus hijos nacido a este lado del mar, para escarnio de sus hermanos: "¡El peruano!" le decían. Bendigo su limitación americana, reparada con un viaje a la tierra de sus padres, que cantaban: "Dejé también, mi patria idolatrada, y la mansión que me miró nacer". De esa patria idolatrada y añorada trajo bellotas y un brote, retoño, del roble sagrado: "Gernikako arbola da bedeinkatuba, euzkaldunen artean guztiz maitatua".

El tibio y agradecido sol que me alumbra, entre fierros, en este pequeño balcón, hizo crecer el retoño del viejo roble sagrado en este país lejano, en la cumbre del cerro San Cristobal, a la vera de una María Virgen, con su capilla, como la de aquella vieja ermita, que lo acompañaba. Aquél, y éste, que entibia mis manos, son el mismo sol que bendigo.

Es el mismo sol bajo el cual, el treinta y seis, se quiso humillar una cultura rebelde y milenaria, quemando desde el aire, hasta matar sus raíces, con máquinas extranjeras, ese antiguo árbol foral.

"Oiré tu canto, tierna golondrina, recordaré mi patria y lloraré": Bajo el sol de una tarde cualquiera, se desmembró un retoño del Gernikako arbola del San Cristobal, que retornó cantando a su patria idolatrada, y a la plaza de Gernika, donde su padre nació, quizás para sucederlo.

¡Por eso, amo el tibio sol de invierno, entre estos fierros, y miro este pelado roble con emoción!.

Kepa
Agosto 2008

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